domingo, 5 de noviembre de 2017

Las mascotas durante la Segunda Guerra Mundial.

En la primera semana de la Segunda Guerra Mundial, casi medio millón de perros y gatos murieron en Londres por decisión de sus amos. Los mataron por "amor"


Septiembre de 1939, durante la primera semana de la Segunda Guerra Mundial: los londinenses hacían cola en las clínicas veterinarias para poner fin a la vida de casi medio millón de perros y gatos.

El resultado de toda esta histeria colectiva por parte de una población que se considera amante de los animales fue que los veterinarios acabaron con todas las existencias de cloroformo de Inglaterra y tuvieron que ejecutar a los bichos con descargas eléctricas. Por lo menos, eso es lo que cuenta la historiadora Hilda Kean en su libro THE GREAT CAT AND DOG MASSACRE, sin edición en español.

En realidad, septiembre de 1939 era un momento demasiado prematuro para tomar una decisión semejante. La carne no estaba todavía racionada y los bombardeos alemanes no empezarían hasta el verano de 1940. Eso no quitaba a los propietarios la idea de sus mascotas convertidas en perros callejeros desatendidos entre las ruinas. Además nadie estaba seguro de que se permitiera entrar en un refugio antiaéreo a un perro, aunque llevase correa.

Paradojicamente, muchas personas no se atrevieron a matar a sus mascotas. Mucha gente, en lo peor de los bombardeos de la Batalla de Inglaterra pasaban tanto tiempo en una cola para comprar pienso y sobras para sus perros y gatos como en la cola del reparto de cupones de comida. Una normativa prohibía alimentar a los gatos con leche, pero lo cierto es que 80 millones de litros de leche acabaron en los cuencos de los felinos domésticos.

Y las mascotas devolvieron el favor de tantos desvelos. Los gatos fueron muy apreciados por su labor contra las ratas en los almacenes de comida. El perro Spot se hizo famoso por haber estado escarbando en las ruinas de su hogar para ayudar a los agentes de la Home Guard a recuperar los cuerpos de sus amos. El gorrión Clarence iba a los refugios antiaéreos sobre el hombro de su dueña y subía la moral con sus piruetas, dignas de un caza Spitfire.

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