domingo, 3 de septiembre de 2017

Las mujeres de la Edad Media.

Más allá de la imagen que construyeron sobre ellas clérigos y trovadores, la mujer medieval no se limitó a ejerce de bruja o de santa. En la vida real interpretó los más variados personajes. La Edad Media no fue para la mujer tan negra como la pintan.

"Llorar, hablar, hilar, es lo que Dios concedió a la mujer". El que habla es un monje medieval. Estos clérigos veía en su deseo hacia las mujeres que, por precepto religioso, no podían tener como un obstáculo para su objetivo vital: la santidad. Por supuesto, nada de esta inquina proviene de la teología católica, cuando se venera a la Virgen María, y se permite el bautismo de las niñas.

Pero la Iglesia Católica permite a la mujer plebeya la libre elección de esposo, algo que no permite ni la religión hebraica, con sus matrimonios concertados por medio de una casamentera, ni el Islam, con sus harenes.

La Edad Media también es la época del amor cortés, donde los jóvenes caballeros pugnan por la atención y la estima de mujeres inalcanzables por su rango o por estar casadas, mediante actos de cortejo o lances de armas.

Ya en el siglo XV, Cristina de Pizán escribe obras con un marcado enfoque feministas. Esta señora no es una aristócrata ni una monja. Es sólo la hija del médico del rey de Francia Carlos VII. Se queda viuda a los 25 años, con seis hijos a los que mantener. Y empieza a cavilar y a escribir obras como LAS MUDANZAS DE LA FORTUNA, LA CIUDAD DE LAS DAMAS o EL LIBRO DE LAS TRES VIRTUDES. En estas obras Cristina de Pizán denuncia las diferencias entre hombres y mujeres y anima a las mujeres de clase alta a instruirse y a empuñar la pluma.

Pizán sabe que de toda la lista de gremios que hay en una ciudad medieval hay 72 empleos que pueden desempeñar- y desempeñan- las mujeres: albañilas, tenderas, curtidoras, juezas. panaderas, zapateras, músicas, trovadoras, juglaresas...y 26, casi todos relacionados con la industria textil, son exclusivos de las mujeres.

Pizán sabe que una prostituta gana en dos citas tanto como una campesina rica en un día de feria. Aunque a cambio tiene que gastar en telas caras y perfumes para disimular el olor corporal, y paga impuestos más altos. Las cortesanas se acuestan con quien quieren. Un caballero o un rico burgués no compra los servicios de una cortesana; los negocia.

Las mujeres que optan por el servicio a la Iglesia saben que tienen una puerta abierta al poder. Las abadesas pueden nombrar sacerdotes masculinos y capellanes, asistir a concilios y dirigir monasterios mixtos. Recordemos, por ejemplo, a Hildegarda de Bingen, una sabia abadesa que publicó obras filosóficas y fue consejera del emperador Federico Barbarroja.

Las beguinas eran monjas laicas, que no estaban enclaustradas, sino que trabajaban fuera de los muros de los conventos. Asistían a los pobres, y solo ellas podían decidir si revocaban sus votos ante Dios.

En cuanto al mundo militar, sabemos que Leonor de Aquitania sabía manejar un puñal y que acompañó a primer esposo, el rey de Francia, a la Tercera Cruzada. Sabemos que Urraca, la esposa de Alfonso I el Batallador murió en 1126 tras luchar por el derecho al trono de sus hijo al mando de un ejército. Y sabemos que muchas mujeres profesaron votos en la orden monástica de caballería de Calatrava.

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