jueves, 24 de octubre de 2013

El Cid Campeador.

Hoy el trovador tiene público. La gente le mira ansiosa, tiene ganas de distraerse. Y el trovador sabe que el mito de un caballero sin tacha, desconocedor de la derrota en el campo de batalla, pero sí de todas las virtudes caballerescas que se puedan desarrolar en esa España de frontera, le llenará el estómago y lo salvará por esta vez de morir de hipotermia en una cuneta de Castilla.
El personaje no es el rey Arturo sino Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Cid viene de "sidi", señor, y "Campeador" es un apelativo que vino con su primera hazaña: representar a Castilla en una disputa con los navarros por la villa fronteriza de Calahorra.
El Cid llegó a las páginas de los libros de Historia por casualidad. Era un infanzón de Vivar (Burgos) que se educaba con el el príncipe Sancho. La tradición desde los tiempos de los visigodos dictaba que los caballeros más prometedores se educaban junto a sus futuros señores. Esto creaba vínculos duraderos.
Cuando Fernado I muere, se reparte Castilla entre sus cinco hijos. García recibe Galicía. Sancho, Castilla. Y su hermano mayos Alfonso el reino de León. Las dos hijas de Fernando I, Urraca y María, reciben las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente.
Sancho y Alfonso conspirán contra García, invaden con un ejército combinado Galicía, y destierran al menos dotado para gobernar de los tres hermanos. Posteriormente, Sancho se vuelve contra Alfonso y, el segundo se refugia en la ciudad fortificada de Zamora, junto a su hermana Urraca.
Es el Cid quien dirige el sitio de Zamora. La ciudad está a punto de caer cuando Bellido Dolfos. un caballero zamorano, pide audiencia con el Estado Mayor del rey Sancho. Este le recibe. El premio por su paciencia es la manera de entrar sin más derramamiento de sangre castellana en la ciudadela, pero antes de que su guardia personal pueda reaccionar Dolfos le empala con una lanza.
Urraca había prometido a Dolfos una noche de sexo, pero lo que hace a su regreso es introducirle en un caso sin aberturas para los brazos, acostarle en su cama y ejecutarle al día siguiente. Un hermano no deja de ser un hermano, aunque esté sitiando tu ciudad.
En Santa Gadea (Burgos) la nobleza castellana, muy soliviantada por los acontecimientos hace jurar al rey Alfonso VIII que no ha instigado las acciones de Dolfos. Es el Cid el portavoz de este malestar. Aunque tradicionalmente se supone que por esto el Cid fue desterrado, la verdad es que Alfonso VIII lo echó porque era muy individualista y se entrometía con acciones militares no autorizadas en la enreveresada política del momento.
El Cid acude a los condes de Barcelona, que rechazan sus servicios. Es aceptado por Al-Mutamid, el señor de Zaragoza, la taifa más poderosa del momento. Libra varias batallas para los zaragozanos pero evita siempre enfrentarse al rey de Castilla o perjudicar sus intereses.
En 1084, Alfonso VIII toma Toledo, en uno de los momentos claves de la Reconquista, junto con la batalla de las Navas de Tolosa ( o de la Losa) de 1212. La reacción de los reinos de taifas es llamar en su auxilio a los almorávides, unos guerreros fanáticos, que incluso al sultán de Sevilla le dan pánico por su rigorismo.
Alfonso es derrotado en Sagrajas, de donde escapa apenas vivo, y le pide al Cid que se ocupe de contener la nueva invasión por Levante. En 1092 toma Valencia, llama a su lado a su mujer Jimena y a sus dos hijas, María y Cristina. Envía a su hijo a Castilla para que se críe con los príncipes.
El Cid ya no conecerá la felicidad. Su hijo Diego muere en la batalla de Consuegra. Casa a sus hijas con los condes de Carrión y estos las afrentan. En 1099 el Cid muere, dejando el gobierno de Valencia en manos de Jimena, que debe entregar la ciudad poco después.

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